LA SUBIDA AL MONTE
La Virgen de la Fuensanta ha
regresado al Santuario. La Morenica ha vuelto a su casa del monte después de su
hospedaje cuaresmal en la casa grande de los murcianos, la Catedral.
Urgida por la cita de los
murcianos con su Virgen, la mañana se ha
levantado temprano y, en silencio, se ha vestido con un cielo prístino, entreverado
de luz pavonada y rosicler.
Al toque de la misa primera,
gentes devotas han ido acercando sus pasos hasta la Catedral y allí han hecho
sus últimos ruegos a la Señora. Los más rezagados, han permanecido en la plaza
esperando ver abrirse la puerta del Perdón y aparecer por ella a la Fuensanta
sobre su trono de plata.
Cuando la Virgen sale, un
sol blondo ha comenzado a lamer la fachada de Palacio y el cielo ya es un
brillo de vaporosa transparencia. El volteo de campanas, levanta bandadas de despavoridos
pájaros –aviones, vencejos, golondrinas- y palomas, que surcan el espacio con
alocado e imparable vuelo, describiendo giros y piruetas imposibles, cuyas estelas
se entrecruzan como serpentinas desprendidas del celaje matinal.
Mientras la multitud se
agolpa a su alrededor para estar más cerca de su Patrona, el trono ha ido
avanzando y ya se aproxima al Puente Viejo. Allí en lo alto, la Señora se detiene para
despedirse del viejo río, conmovida ante las aguas cansadas que en otro tiempo
colmaron las espejeantes y sonoras albercas de Al-Bostán.
Viene desde lo lejos un vientecillo presado que se derrama sobre el
Barrio y ondula el manto de la Morenica. Ahora el cortejo retoma la carrera y
marcha con paso presuroso hacia el monte. Desde la boca del puente, desde la
hornacina de la Virgen de los Peligros, muchos se despiden ya de la Patrona, a
la que ven alejarse, cada vez más
pequeña, hacia su mirador de la Vega. A lo largo de su subida, otros la
saludarán con alborozo, inundándola de pétalos y piropos, y la alhábega, el tomillo y los pinos cimbreantes,
como un humilde incensario, la perfumarán a su paso.
Aún
puedo recordar que, siendo adolescente y estando interna en el colegio, esa mañana se nos permitía salir
a la misa de la Catedral y acompañar a la Virgen hasta el Puente Viejo. Luego,
el grupo que éramos, acompañadas por alguna monja, volvíamos alborotadas y
bulliciosas al colegio y retomábamos la rutina del día.
Sé que parecerá, porque además es cierto, que me repito, Alicia, pero qué bien escribes. Y encima no ahora, sino desde que te conozco, y ya ha llovido mucho desde entonces. A pesar de que llueve poco - de la pertinaz sequía, que decía el otro - en esta piel de toro que algunos nos empecinamos en seguir llamando España
ResponderEliminarGracias, Ernesto. Pocos compañeros, de hace tanto tiempo, son tan leales como tú. Es gratificante que alguien te diga que le gusta lo que escribes y que disfruta con su lectura. Un abrazo
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